Para escribir el mundo
no cuento más que con estas torpes manos
y algunos signos hostiles y vanos.
¿Quién sabe, en cambio, cuales serán los recursos
de ese Dios siempre oculto, o ausente,
que trama nuestras vidas,
nuestras efimeras alegrias
e insignificantes fracasos?
Una infinidad de letras,
un sinnúmero de palabras,
arbitrarias, perfectas, singulares,
una por cada instante en la eternidad.
Inventario de la noche:
Tres o cuatro palabras
entredichas en la penumbra.
Una forma recortada
en la calma más profunda.
La memoria y este dolor
ciego, aullante, absurdo,
ilegible.
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